Delirios de protagonista
Stefany Ordóñez

 

 

——–Quién sabe en qué momento comenzamos a vivir nuestra vida como si fuésemos el protagonista de una gran historia. Creemos que hay algún ser encargado de escribir hasta nuestras más pequeñas acciones porque, de esta forma, no hay que hacerle frente al sinsentido de la existencia. Desde la narrativa hollywoodense  hasta las creencias populares heredadas por el catolicismo nos sugieren que nuestras decisiones no son fortuitas y el camino que estamos recorriendo no se debe meramente al azar, porque ¿cómo tragarse ese cuento de que todo es un completo absurdo y morir no es el gran final de una buena historia? Es doloroso y por eso hemos construido una fantasía, jugamos a ser el protagonista ejemplar y nos ponemos a competir con otros personajes reconocidos a lo largo de la historia de la humanidad. A veces buscamos vernos más heroicos que Aquiles, más misericordiosos o mesiánicos que Jesús, tal vez jugamos con el hecho de guardar un lobo estepario en nuestro ser o creemos que ni el joven Werther entendería la tusa por la que estamos pasando.

——–Estamos tan sumergidos en el cuento de ser un personaje más que, inconsciente o conscientemente, buscamos desesperadamente reafirmar nuestra identidad. De esta forma, día a día construimos al ser que mostramos en sociedad; le damos un vestuario, un dialecto, una opinión y unas creencias, nos convencemos de que somos únicos e irrepetibles. Qué frustrante sería descubrir que sin importar cuánto intentemos diferenciarnos de los otros, para resaltar, no somos más que otro ser humano insignificante.

——–Tal vez por eso nos encantan las redes sociales, qué mejor forma de promocionar nuestra personalidad. Queda difícil escribir un libro sobre nosotros y probablemente sea costoso hacer un reality show, entonces ¿por qué no mostrarnos en estas plataformas gratuitas?

——–Cada día somos esclavos del héroe o el antihéroe que aparentamos, voluntariamente le rendimos fidelidad al ser que construimos. No tenemos derecho a cambiar de opinión, de aspecto o de sentir, debemos ser siempre los mismos porque estamos sumergidos en esta mentira que se ha vuelto nuestra identidad y lo peor es que nadie es capaz de despertarse de esta ilusión. Preferimos recordarnos constantemente quiénes somos, en vez de tener que aceptar que no somos nada, que no hay destino, que todo es el azar y solo somos una construcción social. Aceptémoslo, hoy mismo podemos lanzarnos al vacío y no será el desenlace infortunado de ninguna historia, apenas alcanzará para protagonizar una conversación amarillista en la fila del baño para damas. No, no somos necesarios en la batalla contra Troya, no salvaremos al mundo de los pecados y no hay espectadores esperando por nuestro show. Seremos olvidados como muchos otros, así que ¿por qué no parar ya con esta farsa?

Deja un comentario