El alma a pedazos
Shannon Estefannia Casallas Duque*
[…] Nos desprendemos de tantas cosas propias
para poder curarnos lo más rápido posible
que a la edad de treinta ya estamos en bancarrota y
cada vez tenemos menos que ofrecer
cuando empezamos una nueva relación con alguien […].
Guadagnino, L., Call me by your name
——–Las películas siempre han ofrecido perspectivas objetivas en lo que respecta a los conflictos del ser humano, ahí radica su magia: en una gama infinita de emociones, miedos y sueños. Los diálogos transmutan para convertirse en guías espirituales de la realidad que cada individuo experimenta porque, si bien el entendimiento de la felicidad es individual y cambia de una persona a otra, por alguna razón lo que nos hace vulnerables y desgraciados es lo mismo para todos, más allá de la cultura, las creencias y el origen.
——–El monólogo del cual se toma la cita al inicio de este texto se encuentra al final de la película Call me by your name (2017), adaptación de Luca Guadagnino, de la novela con el mismo nombre y escrita por André Aciman en 2007. Una novela que se enfoca en el tema del despertar sexual de un adolescente homosexual, además de las complicaciones que devienen de los intentos de satisfacer dicho deseo y la enrevesada búsqueda de uno mismo con respecto al otro. Sin embargo, y más allá de discutir el tema de la sexualidad —que es un tema complejo y requiere de la inclusión de todas sus formas para si quiera comprender lo que es y cuán importante es para el hombre—, este escrito se enfoca en la idea del monólogo: la pérdida de partes de uno mismo a lo largo de la vida, es decir, la mutilación del alma.
——–Lo primero que pienso es ¿cuándo empieza uno como sujeto consciente a mutilarse para no sentir?, ¿por qué se vuelve uno tan asustadizo de las emociones que conllevan las experiencias del día a día? y, más importante, ¿por qué es tan difícil aceptar la vulnerabilidad que es propia de la condición humana? Hemos llegado a tener tanto miedo de nuestras emociones y la confusión que causa el desconocimiento de nosotros mismos y los otros, que preferimos pagar el precio con partes de nuestra alma, nuestro espíritu. Buscamos llegar a viejos, intactos, y nos convertimos en una suerte de oscuridad andante con escapes de luz apenas perceptibles al mundo.
——–Nadie puede recordar en su totalidad a cuántas personas ha conocido, pero sí es posible recordar a aquellas que han causado una impresión, moldeando el núcleo —lo que hace a cada individuo único—. Estas son personas que han tomado de nosotros con o en contra de nuestra voluntad y de las que hemos tomado, bajo las mismas circunstancias. Entonces, no podemos decir que somos una sola pieza o los mismos desde que nacemos; somos la suma de partes buenas, partes malas, partes prestadas y partes robadas. Somos un rompecabezas de piezas foráneas y naturales que se contradicen y se destruyen mutuamente en la infinita pelea de lo que se es, lo que se aprende a ser y lo que se esconde.
——–Pienso en el alma como algo etéreo y multicolor, algo infinito, humano, divino y maldito, más allá de un dios o un demonio. No sé si se la dan a uno cuando nace o se hereda de los padres al igual que el ADN (ninguna de las dos opciones me tranquiliza porque creo que hay defectos de fabricación y no hay a quién reclamarle o a dónde devolverla y, además, para mi calma o mi tormento, conozco mi herencia). Pensaba en el alma cuando tenía diez y sabía de los males del mundo; y a los veinte, cuando conocí los males en las personas —no quisiera pensar en aquellos que se acercan a un siglo de vida—, ¿todavía conservan un alma o esta se ha vuelto algo parecido a un Jackson Pollock?, es decir, a un ente abstracto a los ojos de otros pero lleno de experiencias que marcan sus bordes, sus colores, sus emociones. Pienso en mi alma y alcanzo a ver retazos de quién era, veo despojos de aquellos que han cambiado mi existencia, veo lo que me queda y no sé si sea suficiente para vivir los próximos años, si es que me quedan tantos.
——–Quisiera ponerme en una bandeja de disección y con un escalpelo cortar la piel en mi pecho para luego romper las costillas, quitar el tejido, parar el sangrado y con unas pinzas sacarme el alma y verla en toda su belleza e inmundicia, ver mi núcleo; estudiarla y ver qué es, ver los lugares en donde las partes originales estaban (las perdí por el idealismo de mi inexperiencia), ver las partes que he tomado de otros (y esperar que sean útiles), ver lo que queda (así no lo desperdicio) y mientras me doy cuenta de lo que hay, pensar que sería útil haber conservado los números de teléfono de aquellos a quienes les he dado y de aquellos que me han quitado para pedir una devolución (solo si era una parte buena), aunque siento que lo que se ha quedado atrás no era del todo bueno y no es una buena idea intentar retomar el contacto con viejos desconocidos.
——–Así como he quitado partes buenas, he dejado partes podridas; lo que me han dado lo he dado, para bien o para mal, y creo que así lo hacen los demás en un ciclo de reciclaje de almas, pero eso es ser optimista. El alma a pedazos es resultado del miedo que causa sentir en lo más profundo de la existencia, de la vida, que uno se ha perdido a sí mismo y al otro, sentir que nada puede ser igual, pero es que nada es igual, nunca. Todo cambia, las personas cambian y se dejan pedazos tanto al salir por la puerta como al entrar por la ventana.
——–El dolor y el miedo que devienen de cualquier situación sea de tipo afectivo o no, arrastran consigo la reevaluación de lo que se es: los pecados y las proezas y, por lo general, el individuo pierde algo de sí mismo porque el conocer de adentro hacia afuera y viceversa tiene un precio. El ser humano es cruel con su forma de sentir y actuar, nos condenamos constantemente porque a nuestros ojos somos débiles y frágiles y en el mundo actual, en el ir y venir de experiencias, personas y sentimientos, la vulnerabilidad no tiene cabida. Al ser humano le aterra lo que no conoce y ese terreno es el que se explaya hacia el interior, en donde ningún otro tiene un hogar, aunque insistimos en darle refugio contra toda lógica.
——–Se está en una constante búsqueda para eliminar todo aquello que traiga consigo tristeza o desasosiego y con esto su origen: la felicidad; intentando borrar el rastro de las fallas que se han cometido y sus consecuencias; como caminar en la arena, excepto que no hay suavidad sino concreto bajo los pies. El hombre ya no vive para experimentar y llegar hasta los límites para saborear el principio de la vida sino para pintarse y pintarle coloridos escenarios a los que están a su alrededor, dejando de vivir para sí mismo y viviendo por otros, para otros, evitando el compromiso a toda costa, reciclando pensamientos y sentimientos, huyendo de sus propias emociones y estados de ánimo. Nos da miedo aceptar y sentir la complejidad de nuestras contradicciones porque evitamos entenderlas; cambiamos pulsaciones por comas.
——–El objetivo es matar lo que está adentro, en el alma, donde se graban las experiencias —la memoria sensorial de la condición humana—. Al eliminar el rastro de ilusiones, sueños y recuerdos se cortan pedazos y se esconden para no enfrentar la destrucción que trae la vida con sus sacrificios. Pensamos que al eliminar el dolor estaremos bien, pero con esto también nos deshacemos de lo que vivimos, nos volvemos amorfos y atemporales, dejando una vasta soledad que llena los rincones en donde nos hemos sacado el espíritu.
——–Al final de cada día hay una carnicería, se abre el cadáver (todavía tibio) y eliminamos hasta el más mínimo rastro de vida, matando con esto nuestras emociones, nos despojamos de las posibilidades, enterramos nuestra vida para proteger lo poco que queda y en el esfuerzo de no gastarlo, este se consume por la terca necesidad de negar que nuestra humanidad requiere tanto de dolor como de alivio, que en el otro también nos encontramos y ellos se encuentran en nosotros, que somos un collage de carne y alma que se forma mientras vamos recogiendo historias hilarantes y mórbidas, que no somos los únicos buscando respuestas porque somos al mismo tiempo interrogantes para nosotros mismos y para los demás.
——–Para cuando alcanzamos los treinta nos convencemos de que hemos sentido todo lo que podemos llegar a sentir, tal como lo dice Theodore en Her (2013) de Spike Jonze en uno de sus monólogos. Cambiamos universos multicolor en nuestro interior por agujeros negros; el vacío y la oscuridad nos llenan y se desbordan de nuestro cuerpo en las miradas bajas y las palabras que usamos de forma irresponsable para gritarle al mundo que hemos muerto a mano propia, esgrimiendo dagas donde nos sabemos mortales. Lo único que nos queda es esperar que en nuestro funeral, aquellos que nos han dado o de quienes hemos tomado, vengan a reclamar su parte.