Un día a la vez
Andrés Parada*

 

 

——–Era otra mañana en la que, temprano, abría mis miopes ojos con desagrado, acompañados de un bostezo.

——–Otra mañana como las últimas tres mil mañanas acumuladas de rutina incesante.

——–Organizándome en silencio, solo percibo formas borrosas y el olor de los huevos revueltos que me indica que mi desayuno está listo y en su punto.

——–Como mi desayuno que, aunque tiene un maravilloso olor que me emociona, es el mismo sabor desagradable y corriente de siempre.

——–Me subo al autobús, como siempre está lleno de gente aburrida, corriente, abultada para mis ojos y desagradable para mi olfato; en esa lata con neumáticos se juntan toda clase de olores y ninguno de ellos me gusta.

——–Hoy somos tantas las sardinas dentro de la lata, que mi colonia se mezcla a un lado con el perfume de una mujer cuyo olor me empalaga, me hastía y me hace imaginar que ese bulto borroso pertenece a una septuagenaria emperifollada, de esas que madrugan a misa, a hacer visita o a cualquiera de esas actividades de rutina mientras llega la muerte y se las lleva, porque ellas mismas ya se encargaron de quitarse la vida. Al otro lado, un aroma natural de un hombre sin mucho jabón y con un olor a sudor de esos particulares que pareciera que la gente lo comprara al por mayor para luego compartirlo con todo el que se le acerque. El olor me marea y me genera tantas náuseas como el de la señora a mi izquierda. Todo esto me lleva a preguntarme: ¿Qué hice tan mal para tener esta vida o precisamente para padecer de esta muerte en vida?

——–Los olores se han vuelto tan insoportables que por costumbre mi nariz ya no huele. ¡Lo que me faltaba, una nariz tan ciega como los ojos!

——–Llego al edificio de oficinas donde trabajo. El portero me saluda como la primera vez que nos vimos hace diez años, es decir, con mala cara y haciendo unos gestos con los que mi borrosa vista advierte que, de no ser porque trabajo ahí, ya me habría sacado a patadas, o tal vez algún día se canse y nos saque a todos.

——–El olfato vuelve sin ganas y ahora todo huele al frío del aire acondicionado, igual no me quejo, en unos minutos las alergias ganarán (como a diario) y la falta de olor volverá pronto gracias a una congestión de mocos que solo quieren escapar.

——–Es hora de almorzar, y como el trabajo apesta, me he dedicado a jugar con los mocos que supura mi nariz como rebelión al frío antinatural del edificio; busco salir sin que alguien me moleste con alguna absurda frase o un chiste tonto.

——–Saco mi almuerzo, ese que me preparé con tanto disgusto la noche anterior solo para, encima de todo, no morirme de hambre; saco la cuchara y la sumerjo en el arroz que por un momento me provoca y me llama con el olor que no siento por mi nariz tapada pero que quiero pensar que es delicioso, me zampo un bocado y, como es de esperarse, no me sabe a nada.

——–¡Maldita la vida!, no veo, no huelo, no sabe y sospecho que hace mucho deje de sentir.

——–Como unos cuantos bocados, boto el resto y vuelvo a mi cubículo.

——–¡Por fin las cinco!, ya puedo salir, el tedio me mataba y las municiones de mi grapadora se agotaron hace media hora, ya no tenía forma de disparar con disgusto y odio a los otros escritorios.

——–Otro día de mierda amerita un trago para que al menos lo borroso se vuelva divertido.

——–Llego al bar y están otros tantos como yo en la barra, cada uno con su propio vaso y guardando su propio silencio mientras miran los hielos que se derriten. Es eso o también he perdido la capacidad de oír, no estoy seguro.

——–Falta un sorbo y me iré a dormir, no veo la hora de despertarme y tener otro día de mierda igual al resto.

——–Camino buscando un bulto amarillo que me lleve a casa, pero solo veo oscuridad. Camino y a lo lejos veo una forma difuminada de color rojo. Me llama, me seduce, me acerco a ese color que brilla como si fuera luz en medio de la oscuridad solo para confirmar que no es un espejismo más de la vida que, no contenta con matarme día a día, me quiere ilusionar.

——–Me acerco y escucho un silbido que proviene de unos labios que distingo al entrecerrar mis ojos. Me mira, me habla al oído y después de escuchar su propuesta la toco para confirmar que no es un delirio y que es tan real como yo en ese momento y no como la mentira que soy en el día.

——–Quiero decirle un par de palabras, pero de mi boca solo sale polvo por falta de uso, creo que no recuerdo cómo hablar; pero no importa, o al menos a ella no le importa. Me toma en sus brazos, me acerca hacia ella y me deja probar su boca como el mejor manjar que nunca antes había podido probar con mi lengua.

——–Siento cerca de mí el olor de su cabello que concuerda con su sabor y aumenta mi sensibilidad al punto que partes de mí se mueven de manera involuntaria.

——–Cierro mis ojos con la intención de grabar el momento en mi memoria a blanco y negro como en las películas viejas, pero todo se apaga de la nada.

——–Mis miopes ojos, con desagrado y acompañados de un bostezo, se abren nuevamente, solo queda un rastro de su olor y un mal sabor en la boca. Otra mañana de mierda.

*(Medellín, Colombia)
Comunicador Gráfico Publicitario,
Universidad de Medellín.

Instagram: @afparada 

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