Atenas después de las seis
Juan Camilo Torres*
——–Pocas personas se atreven a salir después de las nueve de la noche, cuando la escasa luz obliga a encontrar identidad en las voces y en los pensamientos que se plasman en la piel bajo un poste de luz a medio caer, un semáforo que titila desde las cuatro y una Luna que observa distante. Tal vez por eso no ven que las estrellas ya no brillan en el cielo, sino en las esquinas y andenes, las entradas de panaderías y bares por igual. No queda más que la identidad para ser lienzo y pincel. Esa transformación de la identidad, que ha sido silenciada y dejada a cargo de profesionales en diván, es quizá la más honesta forma de expresión artística en la Bogotá posmoderna, en las ruinas de una Atenas que revive después de las seis, en un escenario donde el realismo mágico es por fin palpable, y ya no hay paredes de cristal entre la sociedad y sus autores.
——–Para hablar de transformismo busqué a Alfonso Llano (Pocho), uno de los transformistas más importantes de Colombia. Solo se necesita un viaje en TransMilenio y una caminata de dos minutos para llegar a su peluquería, otro fragmento de su vida.
——–Entro, lo saludo y hablamos sobre el motivo de mi visita. Alfonso me explica el arte de jugar con el género. Me dice que «el transformismo es poder cambiar el aspecto, de hombre a mujer. Es representar a la mujer en un escenario a través de la actitud, los modales, el peinado, el maquillaje, el vestido, los accesorios, los zapatos, etc. Los mejores transformistas del mundo no son gay, son heterosexuales que asumen un papel y logran transformaciones perfectas. Las de Liza Minnelli y Marilyn Monroe son las mejor logradas, y los artistas no son gay».
——–Alfonso es homosexual, apóstata de la vergüenza y reescribió la historia del transformismo en Colombia hace más de dieciocho años. Según él, le ha ido bien dentro del mundo LGBT+ con su personaje, y yo le creo. Su alter ego es La Lupe, una extrovertida e irreverente cantante que tiene tantos amigos como recuerdos. Para entenderla, hay que verla en el escenario. Es la reina de la noche queer en Bogotá y la otra cara de Pocho. «Gané más de dos docenas de concursos de belleza y de talento», me dice mientras mira por la ventana. No sé qué mira, pero mis ojos escapan y ven una foto en la pared: es La Lupe, vestida de negro y plateado, sonríe. Alfonso me dice que ser transformista «es asumir el papel, el personaje, y mostrarlo a la gente, mostrar que se hace con respeto. No es vulgar». Alega que la gente dice que su show es un stand-up comedy, pero él no lo ve así.
——–Me pregunto cómo lo ve y él responde «siempre uso mi pelo, lo tengo largo, con postizos y demás. A veces voy a hacer algún trabajo y me piden que sea físicamente parecido a un personaje que voy a representar». Me da ejemplos: Paulina Rubio tiene un vestuario más sexy los colores son vibrantes, su cabello es rubio y largo; Helenita Vargas, con cabello más corto, el movimiento de cabeza, el movimiento de manos y el vestuario. Todo. Y si no, va como La Lupe, con peinado y con maquillaje. Habla sobre el canto y le pregunto si hace fonomímica y dice que sí, pero le gusta que su show tenga micrófono abierto. A veces canta, porque el espectáculo «se siente y se ve más natural».
——–¿Cómo es la audiencia de La Lupe? Según Alfonso, hay de todo. Apreciar el transformismo es para todos. Empieza a nombrar bares en los que se ha presentado o lo hace aún. También lo contratan para fiestas familiares, cumpleaños de una señora o de un muchacho, a despedidas de soltero o de soltera, eventos de gente muy importante: políticos, celebridades. No puede dar nombres, pero dice que las presentaciones son siempre entre las diez y las doce. A veces puede hacer dos shows por noche, y en ninguno se ha sentido discriminado. Según él, «si alguien va a burlarse, o te van a discriminar, tienes que tomar eso como algo jocoso. No sentirte mal, sino hacer sentir mal a esa persona. Eso es lo que yo hago. Devolverle con inteligencia la mofa».
——–El bochorno de una entrevista junto a la ventana, en pleno mediodía, y el constante ruido del televisor son dos distractores que me hacen hablar de drag y no de transformismo. Me detiene y me corrige «el drag es, sin ir muy lejos, exagerado; la exageración de una mujer, entonces usan tacones altísimos, vestuario de colores muy brillantes, muy fuertes, el pelo muy grande y el maquillaje muy exagerado. Todo es exageración. Mientras tanto, un transformista representa a una mujer». Complementa diciendo que él trata de verse como una mujer, a veces lo confunden, pero no quiere ser mujer. Cuando se ve como una, está actuando. Por las noches le da vida a La Lupe, pero no a rienda suelta. «La Lupe termina su show y se esconde; Alfonso lleva su vida normal. Trato de que estemos separados, pero la gente a veces confunde. Yo no soy tan tímido, pero La Lupe es más lanzada».
——–La Lupe nació como el regalo de cumpleaños para otra persona. Alfonso se negó a invertir en herramientas para algo tan fugaz, entonces sus amigos le consiguieron el vestido, los zapatos, la peluca y el maquillaje. Le fue espectacular. Empezó a hacer presentaciones esporádicas, a participar en concursos de belleza. En un reinado representó a México. Aprendió que el nombre más común es Guadalupe, hombres y mujeres se llaman así, entonces le sirvió llamarse Guadalupe Fernández. Al otro día ganó Lupita Jones el título de Miss Universo, y lo empezaron a llamar Lupita. Odiaba a Lupita. Pedía que le llamaran La Lupe.
——–Eso fue hace mucho, y me interesa saber si Bogotá ha cambiado su tolerancia hacia el transformismo. A mi pregunta, él responde eufórico: «¡Claro! Cuando empecé era más difícil. Ya no, la gente se ha transformado. La gente joven tiene más conocimiento del tema, es más normal. Hay más educación». Eso no pasa solo en esta ciudad. Ha sido el resultado de iniciativas de visibilizar el transformismo, que inicia con el reconocimiento de la larga historia de un arte que «nació en el teatro cuando las mujeres no podían actuar. Los hombres se vestían y representaban a una mujer. Siempre ha habido transformismo», Alfonso no se equivoca. Empiezo a pensar que sé lo que pasa en Bogotá. Llega un vecino del edificio, mira dentro de la peluquería y saluda.
——–Alfonso me dice, entre líneas, que no cualquiera puede ser transformista. «No es fácil llegar a un lugar y pararse frente a cientos de personas —en mi caso, frente a cinco mil personas—, y que salga mal, no aprenderse la canción, no ser adecuado para el lugar. Se necesita inteligencia, buen gusto, personalidad, facilidad de expresión y poder sortear cualquier situación para que sea favorable». En este arte, Alfonso se ha encargado de utilizar su poder como ícono para representar a Colombia alrededor del mundo. Me cuenta historias de Buenos Aires, tradiciones de las que hizo parte y no recuerda el nombre. Me cuenta del Desfile del Orgullo Gay en Nueva York y en Madrid. Alfonso ha roto estigmas, prejuicios sobre la comunidad LGBT+, porque él representa a la «gente trabajadora, con sueños»
——–Alfonso va por café, le pregunto sobre el país y, entre sorbos de tinto, afirma que Colombia debe aprender del transformismo a «llevar un personaje y lo que hay detrás, a diferenciar cosas, a aceptar. Saber reírse de sí misma». Pero el país no ríe desde hace mucho. Mientras tanto, en televisión anuncian una cura milagrosa a la obesidad, una más, y me surge una duda difícil de responder entre ruinas. ¿Cómo curar la homofobia? Para Alfonso, debemos «entender a quienes no saben de la homosexualidad, a quienes desfogan con furia sobre alguien más débil. Tratar de mostrarles que somos personas normales». Personas duales, al fin y al cabo, con centro y periferia. La ciudad es una persona también.
——–Empezamos a hablar del lado masculino y femenino y él me cuenta sobre su familia. Tuvo un vínculo fuerte con su papá porque cuando salió del clóset era a él a quien admiraba. Lo admiraba más después de eso porque «me aceptó, me aconsejó, y de ahí en adelante no me importó el resto del mundo. Mi lado femenino, el de cualquier ser humano, hay que aceptarlo ». Pero esa no es la única dualidad a la que debemos darle un nuevo significado, y para conocer las demás hay que «aceptarse a uno mismo, no fingir. Tomar consciencia de esto, la diversidad, y mostrarlo. No dejar que pase tanto tiempo, ahora que están jóvenes deben aceptarse y mostrarse como son. Uno tiene que sentarse a pensar qué es lo que le gusta, cómo va a experimentar. Lograr que la gente me acepte es mi trabajo, y si la otra persona no quiere aceptarme, es problema de esa persona».
——–Bogotá debe sentarse a reflexionar, a aceptar quién es. Cuando lo haga, sabrá que se quiere llamar Atenas, pero solo podrá serlo cuando haya caído la noche. Bogotá es transformista también, la ciudad «es noctámbula. Hay mucha rumba, como en las grandes ciudades y con todos los problemas que tenemos». Bogotá lo olvida todo después de las seis, se vuelve menos tímida, más lanzada. Bogotá baila, pero no baila sola, no baila para nosotros, baila para la Luna. Bogotá necesita salir del armario. Colombia necesita salir del armario. No hay que temerle al cambio, no hay que temerle a un paso en falso o a un camino sin final visible. En el escenario solo hay que seguir. Gracias a Alfonso entendí que Bogotá, la transformista oculta, debe aceptar que puede ser delicada sin perder su esencia. Esa Atenas con nueve millones de caras debe abrir los ojos y ver que la llaman, que gritan por ella y se vuelven locos todos cuando empieza a girar, como lo hace La Lupe.
——–Se me ha hecho tarde, le pido a Alfonso que diga unas últimas palabras para quienes estén dispuestos a leerse esta entrevista. Me agradece, me pide que lo mantenga al tanto, me invita a visitar uno de sus shows y termina diciendo «vivan como quieren vivir, sean inteligentes, hagan lo que quieren. No se sientan mal, muéstrense. No hay pasado ni futuro. Solo hay una vida, y no sabemos cuándo se acabará». Este es el mensaje de Alfonso Llano, el transformista detrás de La Lupe. Aprendamos de él, y del transformismo en general, lo que realmente significa la empatía, la resiliencia y el orgullo.
*(Bogotá, Colombia)
Escribe para destruir el mundo, estudia Mercadeo para crearlo.
Es líder juvenil, apasionado por la innovación disruptiva y es obsesionado por enlistar los chunchullos conspicuos de Bogotá.
Nació en un hogar politizado y su familia lo convirtió en el creativo tímido que es hoy.