El espontáneo padecimiento
Ignacio Cantillo Saade*
——–El arte solo plasma el reflejo de una sociedad que padece, que padece el amor y el desamor, la risa y el llanto, la ilusión y la desilusión; que padece la vida y padece la muerte. A veces también padece de estupidez. El arte por excelencia ha arrastrado a la sociedad detrás de sí, la ha hecho cambiar para bien o para mal; la ha hecho evolucionar, retroceder, replantear todo punto de vista; el arte es uno de los principales motores de nuestra humanidad. El arte nace como la reinterpretación de la vida, de lo tangible y lo intangible y evoluciona hasta tal punto en que la vida termina siendo una reinterpretación del arte. Y no es de extrañar que en esa simbiosis entre arte y vida solo haya muestras de nuestra grandeza y nuestra podredumbre como raza.
——–Hoy en día, el arte, aunque con estrictas normas impuestas por la Academia, busca llenar todos los objetos y todos los espacios de conceptos: “artistas” que con sus lamentables “obras de arte” tratan de explicar —ellos mismos, no sus piezas— un punto de vista específico; tratan de sensibilizar a los públicos con discursos dadivosos de conceptos inútiles (e infortunadamente venden). Pero, aun así, el arte sigue generando cambios sociales por todas partes, sigue educándonos como individuos en sociedad y sigue haciendo crecer nuestro intelecto. Estos tiempos tumultuosos del arte en general son solo un proceso de transición que —seguramente— traerá grandes movimientos artísticos como los que vimos a lo largo del siglo pasado.
——–El siglo XX vio grandes cambios como nunca en la historia del ser humano se habían dado; muchos, impulsados por el arte. Las vanguardias, individual y colectivamente, iban impulsando los cambios, desafiando a las sociedades, a las formas de ver y entender el mundo, indujeron a una reinterpretación de nuestro entorno, de nuestra realidad, y se coronaron en la cima como movimientos dignos de estudiar por mucho tiempo; con ellos aprendimos y conocimos nuestras capacidades, entendimos que el arte no era solo para retratar nuestros sentimientos o percepciones, sino que también era altamente útil para inventarnos un mundo mejor. Y el mundo cedió ante aquellas críticas dolorosas que se hacían desde los espacios artísticos, cedió ante la conmoción de las más horrorosas escenas que transgredían cualquier realidad, cedió ante la esperanza y la visión de mejores circunstancias, de un mejor destino; cedió ante la cruda y escueta realidad de que hasta el sentir, eso tan inentendible aún para los humanos, podría ser distinto. Y así el siglo XX nos trajo a nuestra sociedad contemporánea. Y sus resultados, esa capacidad de soñar, los vemos materializados en todas partes: la arquitectura nos trajo edificios tan altos y hermosos que atraviesan las nubes, también da forma a nuestras ciudades y paisajes; la literatura nos colma con aventuras, amores, fantasías, etc., que antes ni nos atrevíamos a imaginar; el cine, con su extremada capacidad de poner en imágenes en movimiento cualquier idea por extraña o lejana que nos parezca, nos sumerge en realidades paralelas o quiméricas donde nos sentimos vivos, allí, como un personaje más; la música y la danza buscan juntas la manera de exorcizar y purgar nuestros cuerpos y nuestros deseos, dándonos la capacidad de hablar un lenguaje libre e ininteligible si no es bajo el influjo de estas; y la escultura y la pintura plasman y muestran lo indescifrable del ser, sin reparos en temores o críticas, sin necesidad de usar razonamiento alguno, dejando en total libertad al cincel y al pincel.
——–Lo que vemos hoy en las artes no es nada más que el cuidadoso proceso que lleva doscientos mil años en desarrollo, desde que la primera mano dejó su huella en alguna pared de piedra, o el primer grito rítmico y el primer movimiento de cadera se dieron juntos, o la primera roca afilada dio forma a la madera de un árbol o desde que la primera cueva fue pensada como refugio. Es un proceso que existe desde que el humano es humano y es, justamente, ese proceso el que nos permite llamarnos “humanidad”, pues es este el que ha registrado todos nuestros aciertos y todos nuestros errores, es el que nos ha permitido recordar, rectificar y reemprender nuevos procesos, también ha sido este el que ha estado a punto de destruirnos varias veces, ha sido este el que nos ha enseñado a plasmar nuestro paso por el tiempo, a darle significado a la vida, al espacio, a la situación que nos toca vivir y, así mismo, es este proceso el que nos permite expresar nuestros padecimientos más íntimos, esos que ni nosotros mismos comprendemos.
——–El arte solo plasma el reflejo de sí mismo, pues vivir es de por sí un arte. Somos arte, vivimos arte, hacemos arte y consumimos arte; y el arte, tan innato al ser humano como lo es, lo muestra todo, absolutamente todo: lo divino y lo impuro, lo bueno y lo malo, la lejanía y la cercanía, lo objetivo y subjetivo, lo real y lo irreal, lo humano y lo más humano.
*(Bogotá, Colombia)
Un hombre idealista, que desea plasmar sus ideas en largas líneas complejas e
inentendibles que incitan a pensar, a dudar o, al menos, llamar la atención.
Publicista resignado, redactor, corrector, astrónomo aficionado y estudiante de la
maestría en Historia en la Pontificia Universidad Javeriana. «Todo es historia».