Recapitulaciones de una pianista cansada
Sofía Santacruz*
——–Crecí viendo los conteos musicales que hacía el canal VH1 y escuchando música durante horas gracias a MTV y Radioactiva. Recuerdo enaltecer a los músicos, imaginarme a mí misma en un escenario cantando como Amy Winehouse o tocando como Kurt Cobain en el Unplugged que hizo con MTV en 1993. Hace algunos años que toco el piano y, después de largos ensayos, diversas maneras de estudio y pasar por un grupo musical, no estoy ni cerca de ser alguno de ellos dos.
——–La música, como todo tipo de arte, ha sido industrializada y capitalizada; esto no necesariamente tiene que ser algo malo, muchos de los mejores artistas de todos los tiempos como Michael Jackson, Pink Floyd, Héctor Lavoe o Frank Sinatra son también de los más vendidos. Y este sistema, incluso, ha hecho que la música sea más asequible para todos en materia de escucha: es mucho más sencillo abrir una plataforma digital y buscar la canción que queremos, a tener que ahorrar varias semanas para comprar un cassette o un vinilo; y no solo comprarla, existen varios canales gratuitos en el que cientos de músicos a nivel mundial comparten sus propias creaciones sin necesidad de estar dentro del monopolio musical que son los grandes sellos discográficos. Pero, ¿hasta dónde convierte esto al mundo de la música en un lugar lleno de egos y dificultades?
——–En Whiplash (2014) seguimos la historia de Andrew Newman, un baterista de Jazz que lucha por la perfección dentro de un conservatorio musical en la costa este estadounidense. Para muchos no solo fue una película visceral, sino exagerada. ¿Realmente alguien llegaría a poner su cuerpo y su estado mental al extremo por lograr la interpretación magna de una pieza? La respuesta es tan sencilla como contundente: sí. Hay que aprender las figuras, su duración, sus silencios; ubicar las notas en el pentagrama, los diferentes tipos de compases y de claves; entender y bailar dentro de las escalas; hacer armonías, melodías y solfeos de manera correcta; posicionar bien el cuerpo y practicar a diario. Porque siempre está el miedo latente de no ser lo suficientemente bueno como para ser parte de algún grupo, convertirse en un solista decente o, simplemente, alcanzar los estándares que nosotros mismos hemos impuesto. Probablemente, lo que no vimos en Whiplash, luego de que Andrew lograra tocar la pieza que le da nombre a la película, son las muchas sesiones de terapia física para relajación y fortalecimiento del tronco superior para la tendinitis que debe haber desarrollado y las citas de psicología a las que tuvo que ir luego de la presión extrema a la que es sometido; y me aventuro a decir que, como mínimo, habrá desarrollado ansiedad.
——–Siguiendo esto, en 2019 la Record Union encuestó a 1500 músicos ingleses entre los 18 y los 25 años, el 73% de estos presentó depresión, estrés y/o ansiedad generalizada a raíz de su labor artística. Por otro lado, el Colegio Profesional de Fisioterapeutas de la Comunidad de Madrid (CPFCM) expresó que para el 2015 el 75% de los músicos sufrirían de tendinitis, síndrome de sobrecarga muscular, tinnitus, síndrome del túnel carpiano o síndrome de Satchmo, debido a las posturas forzadas mantenidas, los movimientos repetitivos y, muchas veces sumado a esto, la mala técnica que se tiene al momento de tocar el instrumento.
——–Lo anterior constituye un círculo vicioso que termina por destruirnos. Las enfermedades físicas obligan al músico a tener periodos de disminución en los tiempos de ensayo o, incluso, a tener que abandonar el instrumento por largos periodos de tiempo, esto, muchas veces, aumentando los síntomas o generando afecciones a nivel mental. Para nadie es un secreto el vínculo especial que llegamos a formar con el instrumento que tocamos; y es que no todo músico ha tenido una educación apropiada.
——–Dicen que Sid Vicious no sabía nada de música cuando entró a los Sex Pistols, para luego convertirse en la cara de la primera ola del punk; que Beethoven, uno de los pianistas y compositores más virtuosos, era sordo; y que Javier Solís, el cantante de boleros por excelencia, nunca tomó una sola clase de técnica vocal. Es curioso cómo glorificamos al músico que lo es por «puro talento» mientras que, tras bambalinas, nos recuerdan que «el arte se sufre».
——–Estas dos ideas son las que al final del día hacen tanto daño: no, ningún músico nace aprendido, se necesita de práctica y estudio constante, ya sea independiente o en alguna academia; se necesitan años para llegar a un nivel profesional y, en este mundo capitalizado que mide el éxito en poder adquisitivo, triunfar como músico es bastante complejo. Y, por otro lado, el arte no debería hacernos llorar en las noches después de jornadas extenuantes de práctica, no debería ser motivo de enfermedades, ni tendríamos por qué temerle.
——–Solo aquellos que han pisado una sala de ensayos saben la felicidad que se encuentra entre cuatro paredes llenas de músicos interpretando al mismo tiempo, solo aquel que ha tocado para un público sabe el increíble sentimiento de hacer vivir por un rato a una audiencia. Solo quien se ha enamorado de un instrumento sabe que es imposible describir el coctel de impresiones que se tienen al poder tocarlo a diario. Y, después de todo esto, de desarrollar tenosinovitis de Quervain a los 15 años y ansiedad unos cuantos después, de llorar por aquella sonata que nunca pude interpretar como quería, de dejar por meses el piano e incluso no querer volver a tocarlo nunca, para retornar a clases llena de arrepentimiento, la respuesta a la pregunta siempre será la misma: ¿Valió la pena? Sí, definitivamente.
*(Bogotá, Colombia)
Pianista de closet, escritora a retazos,
revolucionaria agotada y feminista confesa.
Sueña más de lo que cuenta y
habla más de lo que debería.
Estudiante de un montón de cosas.