Superficies o «no es un American Graffiti»
Daniel Quiroga*

 

 

 

«[…] te quedarás intentando nadar».
Fondo BlancoSuperficiez

 

——–Medianoche y a lo lejos logro oír a Loco que, como si de una deidad se tratara, siempre anuncia su llegada, lo hace con música; sé que es él porque a lo lejos veo una silueta danzando, danzando erráticamente, danzando feliz. A veces me gusta cerrar los ojos e imaginármelo como una sombra divina que emerge del fuego, abre sus grandes y blancas alas, tan blancas y tan puras que bien se podrían asemejar a la obra de algún artista cuya inspiración empató exactamente con el candor de su divinidad. Al abrir los ojos de nuevo, el hombre ya se está acomodando; como siempre, utiliza mi regazo para dormir. Me gusta pensar que es el cálido amparo de mi cuerpo lo que lo transporta a los más amenos lugares. Siempre carga consigo una cobija gruesa de lana gris, roída y llena de pelusas, y una grabadora codiciada como si de oro estuviera hecha, pues no hay dos; nadie nunca en su vida podrá dimensionar el amor que ese hombre le tiene, nunca osa despegarse de ella, le habla y ella, a él; le da consuelo y le hace creer que el mundo no es este pantano mugriento en el que de repente se convirtió. La música fue la salida. El Loco extiende su cobija en el suelo y se acuesta, con sus brazos rodea la grabadora y la aprieta lo más fuerte que puede; esta calle no conoció jamás a un hombre tan pasional, moriría si fuera preciso, pero nunca en la vida dejaría que otras manos profanasen su tesoro más preciado, le susurra dos o tres palabras y se envuelve entre la cobija de manera perfecta como el más simétrico de los cigarrillos Pielroja. Sé que el artefacto tiene nombre, pero aún no logro descubrir cuál es. Le da un beso y se dispone a dormir.

——–El Loco duerme exactamente seis horas, es como un reloj; lleva viviendo en esta calle mucho más tiempo que yo. Por lo que he oído, el lugar donde nació no está muy lejos de acá; nunca puedo recordar el nombre de esa calle, habla de ella con una terneza tan hermosa que solo me puedo imaginar un enorme palacio rodeado por una blanca aura tan pura y tan limpia como las alas que rodean a este personaje que a mis pies yace y que con tanta nostalgia habla del lugar cada vez que puede. Era el año 2003 y aun así recuerda muy bien ese fatídico día de diciembre en el que, tras una violenta batalla, lo desalojaron de ahí, lo dejaron a su suerte, a la deriva, Like a Rolling Stone. Después de eso la Carrera Séptima con calle 16 no conoció un corazón más puro. Habría que ser un total demente para que en el insano manicomio que representa la calle tengas el privilegio de ser llamado «Loco».

——–Me gusta el lugar que el destino deparó para mí, teniendo en cuenta que no lo escogí; desde acá puedo ver cómo bajo ese gran letrero que dice «EL TIEMPO» cada minuto cambia la hora en ese gran reloj. Me gusta esta parte del día, pues la oscuridad y la soledad dan una sensación inigualable de solemnidad; desearía algún día poder recorrer esas calles y oír lo que la soledad tiene por contarme. Amo esta noche en especial, pues llovió y las luces se estrellan y se difuminan en el piso como si el pintor hubiera decidido pasar violentamente su mano por toda la pintura con toda la intención de borrarla. Estoy seguro que ese reflejo no es más que otra ciudad que vive, llora y sufre como esta.

——–Mientras mi compañero despierta, me gusta oír los ecos de gritos ahogados y movimientos fuertes; la soledad les da la libertad que tanto añoran estas luciérnagas, pues la noche es suya y juguetear con ella es un placer que se dan hasta que la niebla mañanera apaga la luz de la luna. A lo lejos veo dos personas corriendo y gritando, son como dos niños jugando en el patio de alguna guardería; mi posición en el mundo ha hecho que desarrolle una capacidad analítica estupenda, sé diferenciar la verdadera felicidad cuando la veo; a diario, frente a mí, pasan miles de almas inocentes queriendo escapar del cielo gris, es como si tuvieran un gancho invisible que los obliga a arquear la boca hacia arriba y tener una constante mueca sonriente.

——–Nunca he podido hablar con el Loco, pues mi destino en el mundo es ser un vigilante, una suerte de juez sin voz ni voto. ¿Alguna vez algún habitante de esta basta tierra logró probar el utópico sabor del libre albedrio? Siempre he pensado que somos maquinaciones que se desenvuelven en contextos condicionados, el decidir es una ilusión fantástica, una de tantas fantasías que nos creamos para soportar el peso de la realidad, aunque he de admitir que este racionamiento surge de la frustración que me produce oír todos los días hablar de lugares que jamás podré visitar, de historias que jamás podré ver, de voces que jamás podré oír. Es en la soledad previa al crepúsculo donde mis tentaciones y fantasías acogen un furor que no puedo controlar, donde explotan mis deseos de salir y explorar este fino infierno, de ser el protagonista de historias propias y ajenas también, ver que hay más allá de ese gran reloj, más allá de esas inertes estatuas que disfrutan de la maldición de la inmortalidad. He pasado todas las noches de mi vida al lado de Loco y a veces me carcome el alma el saber que nunca lo sabrá. Mi destino lo labró otro perturbado, algún solitario, algún muchacho de esos que clavan profundamente su mirada en el suelo buscando desesperadamente algo de sentido y que una noche entre trazos y lágrimas decidió expresar su sentir en lo que ahora es mi hogar, una gris, mohosa y desgastada pared que, fiel a nuestro sentir, empata justo con lo que nos hemos convertido. Es mi hogar, pero también soy yo.

——–Son las siete de la mañana y entre la delgada niebla se asoma el sol, difuminado e impoluto intenta débilmente darle calidez al gris. Mi compañero, como es de esperarse, está despierto; no necesita comer, algo que no me queda muy en claro —hasta donde he entendido las personas necesitan comer algo en el día, comer algo en la tarde y comer algo en la noche—, tal vez él no sea persona. Mientras el hombre se prepara otra vez para enfrentar al sinsentido, charla con algunos compañeros, hombres y mujeres, hombres altos y mujeres sucias, hombres desgraciados y mujeres amantes; hablan de flores y polvo, hablan de anécdotas pasadas; son como libros andantes, libros prohibidos y de tapa dura. Mientras el sol se mueve de una montaña a otra, mientras cada minuto ese gran reloj cambia de hora, el cíclico pasar de la vida ocurre frente a mí, el final siempre halla sus cimientos en el principio. A diario soy un testigo privilegiado del absurdo del que tanto hablaba Camus, soy la independencia, la austeridad, la aburrida cotidianidad que a diario ante mis ojos ha de pasar, soy el reflejo de una ciudad decadente que no encuentra fondo, soy un extraño en el paraíso, la incertidumbre de un futuro inexistente en una vacación permanente.

——–Medianoche y a lo lejos logro oír a Loco que, como si de una deidad se tratara, siempre anuncia su llegada, lo hace con música; sé que es él porque a lo lejos veo una silueta danzando, danzando erráticamente, danzando feliz. Esta noche está más errático que feliz, viene oyendo su canción favorita, pero mueve la grabadora de un lado a otro de manera vehemente y arrebatada, es como si no entendiera el tesoro que tiene en las manos; se acerca, pero al verlo ya no veo esa sombra mística, ya no veo esa silueta envuelta en fuego, ya no hay blancas alas. Cuando esa sombra toma forma logro entender qué pasa, la Carrera Séptima con calle 16 jamás conocerá un corazón más puro de nuevo.

*(Bogotá, Colombia)
Estudiante graduado de Mercadología.
Universidad Central.
Lector empedernido.
Publicó su cuento
Tristeza Bogotá en la Revista Fauna, 2019;
Primavera, en el libro 21N-100 Relatos, 100 Autores, 100 Palabras de la Editorial ITA
y PL-285 en la revista Straversa en 2020.

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