Un sábado cualquiera
Kimberly Márquez*
——–De un lugar algo extraño y poco convencional, apareció un día, en horas de la mañana, un dibujo sobre la pared del lado izquierdo de la iglesia Menonita que es a la vez comedor comunitario del barrio San Nicolás. Allí, niños y jóvenes se reunieron frecuentemente durante dos semanas, a la expectativa del resultado final de ese gran dibujo. Así lo cuentan, y es que la obra de arte con la que se encontraron un sábado cualquiera al llegar al comedor comunitario los dejó perplejos. Daniel Esquivia Cohen fue el artista que, dejándose llevar por sus manos, realizó el mural que hasta hoy se conserva. Javier, uno de los jóvenes que logró presenciarlo ese día, se encontraba desde muy temprano allí, puesto que era colaborador en el comedor y asistente de la iglesia que se encuentra en el segundo piso de la casa, y Natalia, sin más que estar pegada a él, disfrutaba compartir con los niños y comer.
——–El barrio —palabra usada para denominar los sectores de la ciudad— no es igual ni distinto a otros. Pero, a diferencia de muchos, no se encuentra en localidades como Kennedy, Patio Bonito o Chapinero; este lugar se ubica en lo más recóndito de Suacha1. Si, Suacha. Tal vez hayan escuchado hablar de este sector de la ciudad o mejor, de las afueras de ella. De las seis comunas de Suacha, la primera se conoce como Compartir y hace parte del barrio San Nicolás.
——–Es exactamente en este lugar en donde Natalia y Javier, un sábado cualquiera, en horas de la mañana, se encontraron con un retrato de personas conocidas en la pared. Para ellos era muy extraño, pues estaban acostumbrados a ver rayones y marcas de todos los colores: rojos, verdes, azules o simplemente negros en la mayoría de casas de su barrio, eran frases de amor, despecho, nombres o groserías; pero nunca habían presenciado la belleza de una foto a escala gigante. Aunque esta imagen estaba hecha a blanco y negro, sobre una pared de ladrillos de un color entre marrón o arcilla (bastante peculiar), y un gris que sobresalía por el cemento, había logrado plasmar a la perfección lo que para muchos significaba la amistad y el amor.
——–En tal espejo gigante, Fer, un niño moreno y bajito, de cabello corto y lacio, cargaba sobre su espalda a una niña no mayor de ocho años que sonreía. Ella no se diferenciaba de las niñas de su edad más que por su color de piel canela, la cual brillaba con el sol. Sus dientes blancos y pequeños sobresalían en el mural por manifestar la alegría y la inocencia de la niñez. Al lado de ellos, como un amigo inseparable, se encontraba Brayan, intentando sostenerlos con sus brazos extendidos. A pesar de su edad, Brayan se caracterizaba por ser más alto que los demás, gordito y feliz. Sus rostros conocidos por todos hacían más realista el mural. Era como si ellos estuvieran frente a todos los habitantes del sector congelados en una pose… Petrificados.
——–Natalia reconoció la sudadera que Brayan vestía porque era la del colegio distrital, uno de los únicos dos colegios que había en todo el barrio y que hoy en día sigue en funcionamiento. Por otro lado, Fer se encontraba con una camiseta corriente y un jean; la maleta que llevaba sobre su espalda parecía pesarle demasiado, pues sobre ella cargaba a la niña (de quien no recuerdo su nombre), disfrutando del momento. Para Natalia lo más sorprendente del mural eran las mariposas que se formaban como sombras o relieve alrededor de los niños. Era como si sus alas se alinearan al unísono para formar esa imagen, ¿quién podría afirmar lo contrario? Era, o más bien, es una admirable composición de naturaleza y esencia de las personas que conviven en tal lugar.
——–El día no pasó como cualquiera. La presencia de esos tres personajes plasmados en la pared fue una invitación a compartir posturas similares a la que mostraba el mural; por medio de celulares y cámaras deseaban tener un recuerdo de ese instante. Todos los niños del comedor no dejaban de sonreír y hablar con quienes habían sido los modelos. A los voluntarios, incluyéndome, nos alegraba tener algo que nos representara y dijera más de lo que muchas veces decimos. Somos vecinos, amigos, hermanos; y el mural lo expresaba sin necesidad de decirlo a voces o escribirlo en la pared. La imagen gritaba por sí misma lo que el artista deseó plasmar a los ojos de quienes pasaban por esa calle y todo aquello que representaba a la comunidad.
——–Ese día fuimos testigos de la importancia de saber en manos de quién está el lápiz. Cualquiera puede comprar uno, tenerlo y creerse capaz de hacer algo sobre una pared, el suelo, un papel o lo que sea. Pero no cualquiera puede hacer una obra de arte al tenerlo en sus manos. Tal mural, hecho en el año 2015, hoy sigue siendo un símbolo de memoria, paz, comunidad y amor. Al estar al lado de la puerta del comedor, refleja lo que los niños encontraran entrando al comedor: «Pan y Vida».
——–No recuerdo con exactitud cuándo fue la última vez que fui allí. Pero recuerdo con claridad los rostros de esos niños, las risas que compartí con mi hermano y mis amigos ahí presentes. Recuerdo la calle, el colegio, el barrio; recuerdo mi antiguo hogar.
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1. El nombre «Soacha» (denominado universalmente) realmente fue
puesto por los Chibchas como «Suacha»: «sua» que significa sol y «cha»
que es varón, razón por la cual este territorio es conocido
históricamente como «Suacha», «la ciudad del dios varón».
*(Bogotá, Colombia)
Integrante del colectivo CoNova (Conciencia Noviolencia Activa)
y participante de espacios generadores de relaciones
entorno a la construcción de paz y la Noviolencia.
Estudiante de Estudios Literarios en la Universidad Autónoma de Colombia.
Ama el arte y acompaña la lectura con un buen café.