Vendo pases vip para el Infierno
Ignacio Cantillo Saade

 

 

——–Infortunadamente, sin haber nacido, aún húmedo y dormido en el vientre de mi madre, ya habían definido por mí un sinfín de asuntos sobre mi vida y yo estaba obligado a cargar con todas esas imposiciones…

——–Sin haber nacido ya era colombiano, tendría que cargar con todo lo que significa ser colombiano, y lo he tenido que soportar desde entonces; también se había decido mi comportamiento en una sociedad binaria, tendría que ser masculino ya que era hombre, y ¡ay de que me llegara a gustar el color rosado! (Por suerte, hoy en día esas limitaciones van desapareciendo con las nuevas generaciones, lo cual lo considero como una victoria). Pero una de las imposiciones que más he sufrido es la religión: apenas nací, el catolicismo estaba impuesto en toda mi vida.

——–Muchas de estas imposiciones, violencias ejercidas hacia mí, se basaron en las expectativas de mis padres; sin embargo, mis padres actuaban desde su cultura, desde su ingenua posición —la misma que padecemos todos— en medio de una sociedad que impulsa estas decisiones y acciones de las personas. Mis padres eran católicos, seguramente también les fue impuesto este aspecto cultural sobre ellos, mis abuelos eran católicos y el país donde vivían (y donde vivimos) era mayoritariamente católico. Así que, sin consultarme, sin esperar mucho tiempo, me bautizaron (y he tenido que lidiar con la burocracia de la institución católica para poder apostatar —desbautizarme—); me metieron en un colegio religioso y me obligaron a ir a misa sagradamente todos los domingos por muchos años.

——–Sin entender muy bien, en esa infancia ingenua y crédula donde la verdad de la vida yace en los padres, abracé el catolicismo sin cuestionar, aunque siempre me daba pereza madrugar los domingos para ir a misa, esta es extremadamente aburrida para un niño. Luego vi cómo las madres y padres de mis amigos me criticaron o me miraron mal por decir abiertamente que la misa era aburrida y que no me gustaba ir. A algunos de ellos les prohibieron juntarse conmigo. Y, siendo justo, el lugar donde menos sentía presión para creer en esa religión era en mi núcleo familiar.

——–Tuve que hacer la primera comunión. En mi memoria quedaron guardadas las innumerables congregaciones en el colegio para adoctrinarnos, para enseñarnos un montón de rezos y protocolos para dicha ceremonia; nunca me aprendí un rezo, a duras penas me sabía el Padre nuestro (un montón de oraciones que carecen de sentido para mí). Durante la ceremonia tuve mucho miedo de hacerlo mal y cuando rezaban, yo movía los labios para que pareciese que estaba rezando; seguía a mis amigos cuando los veía ponerse de pie, sentarse o arrodillarse. Es todo un rito que no tiene sentido y que, desde luego, un niño de nueve años no entiende, solo se le fuerza a hacerlo.

——–En la adolescencia, gracias a la Filosofía, empecé a cuestionarme asuntos de la vida en general y el porqué de mis acciones. Uno de esos cuestionamientos fue: ¿por qué soy católico y por qué creo en un dios si en verdad me parece totalmente inverosímil ese cuento? Entonces decidí dejar de ser católico. Mis padres lo tomaron bien y agradecí que mi abuela hubiera muerto para ese momento, porque seguramente le habría dado un ataque o algo semejante si se lo hubiera dicho a ella, pues su devoción era mayúscula; aunque calculo que ella, tarde o temprano, me habría aceptado con mi irreligiosidad.

——–Pasivamente me alejé de la religión, de los ritos, de las creencias y enfrenté a mi colegio católico para no tener que hacer la confirmación. Nunca me confirmé y me alegro mucho de no haberlo hecho (por supuesto que no iba a permitir que un sacerdote me pegase una cachetada —una anécdota curiosa al respecto: el sacerdote golpeó a mi mejor amigo más fuerte que a los demás; mi conclusión es que fue por su color de piel—).

——–Por suerte me echaron de ese colegio y entré a uno con una educación más autodidacta, con mayores libertades y sin proselitismo religioso. Los exámenes de religión consistían en elegir la creencia a la cual uno se adjuntaba y explicar o discutir parte de dichas doctrinas. Yo elegía el ateísmo y atacaba a la religión católica con argumentos internos y siempre obtenía la mejor calificación. Todos los colegios deberían ser así, ya que estamos en un estado laico y la educación religiosa debería ser algo que cada individuo debería poder elegir y no ser forzado a tenerla. Pero es claro que la cultura y la sociedad inmediata tienen mayor fuerza y esas decisiones casi nunca se toman en la infancia y adolescencia; y cuando finalmente uno las toma, los ataques constantes no esperan.

——–Emigré muchos años después a otro país donde el catolicismo no es tan fuerte. Allá aprendí que personas de diferentes religiones o con ausencia de estas podían convivir más pacíficamente y que sus diferencias en credos podían ser discutidas libremente sin ningún reproche o ataque. Me acostumbré, entonces, a cuestionar abiertamente las creencias de otros y las propias, a encontrarme con personas de mente abierta que nunca me atacaban ni se sentían afectadas por mi ausencia de credo.

——–Al volver a mi país natal, ya mayor, seguí con esa misma actitud, más propia de un agnóstico —al que mucho no le importan esas cuestiones—, que de un ateo —a quien en verdad sí le importan—. Para mi sorpresa, aunque no debía sorprenderme pues conozco a mi gente, a la primera de cambio recibía ataques, ofensas, imposiciones, violencia física y muchos «vete al Infierno». Fue mi propio país el que me impulsó a cambiar mi posición calmada por una más beligerante, porque era aquí donde me restringían, imponían, censuraban y oprimía, y yo iba y voy a exigir respeto.

——–Mis amistades se redujeron porque yo era un impuro, un pecador, un siervo de Satán (que, a ver, si no creo en su dios, desde luego tampoco voy a creer en don Lucifer). Las pocas amistades que quedaron aprendieron que, en cuestiones religiosas, mis opiniones y líneas de pensamientos debían ser igual de respetadas que las de ellos, además que cuestionar mi ateísmo era sinónimo de entrar en una larga discusión teológica con alguien que conoce bastante bien la religión católica (de hecho, por lo general, un ateo conoce mejor esta religión que los mismos creyentes, al menos nos hemos leído alguna vez la Biblia entera).

——–Una chica cristiana, a la cual yo quería mucho y con la cual estaré eternamente agradecido, decidió botar nuestra amistad de muchos años a la mierda porque su madre me dijo que yo tenía una «filosofía barata»; le respondí que la que tenía una «filosofía barata» era ella, y que si ella creía que tenía el derecho de insultar mi forma de pensar, yo, al menos, iba a defenderme y hacerme respetar. En pocos minutos las hijas habían aparecido a defenderla en su violencia, atacándome y replicando la intolerancia, incluso una de ellas me preguntó que «si estaba regludo», ya que yo nunca replicaba a la madre en sus imposiciones religiosas, pero como por primera vez lo hice, les pareció raro. Esto evidencia que la gente se acostumbra a que la gente «trague entero» y «coma callado»; por lo general, los creyentes sienten la libertad de expresar e imponer sus doctrinas pero cuando son cuestionadas o refutadas, el malo es uno. Al final, esta amiga nunca más volvió a hablarme y decidió poner por encima de nuestra sincera amistad el insulto y la violencia de su madre. Un comportamiento totalmente irracional.

——–Es increíble la intolerancia de aquellos a quienes su doctrina les indica que deben amar al prójimo como a sí mismos: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden», ¡vaya sarta de mentiras!, ¡predica pero no aplica! Es una religión intolerante, aunque se supone que es una la cual busca la armonía, que sigue las leyes de un dios benevolente, que cree en el hijo de dios que solo profesó el amor, el respeto y la igualdad: debería ser tolerante y respetuosa con todos; pero esta religión no lo es, menos lo son la mayoría de sus fieles. Estos religiosos, fanáticos, creen ostentar la verdad absoluta y ni siquiera se han detenido a preguntarse cuál es esa verdad. Pues lo que en verdad siguen son cánones de sociedades violentas e intolerantes, mas no lo que la religión en verdad debería predicar; obedecen normas que buscan hacernos actuar a todos por igual, sin importar las diferencias que tengamos; omitiendo constantemente la evidencia y la compasión (dos pilares fundamentales para la mayoría de ateos); y sin importar el grado de amor que exista, son capaces de destruir todo con tal de que sus gritos de fe opaquen a las demás voces… «y líbranos del mal», pero el mal es lo que constantemente hacen.

——–Entonces entendí que a muchos creyentes no les interesa el cuento del amor al prójimo, únicamente les interesa que sus creencias sean intocables y nunca cuestionadas, no les gusta incomodarse con cuestionamientos que atenten contra su fe; les son más importantes las mínimas diferencias que las grandes semejanzas. 

——–He recibido ataques de distinta índole, una vez unos judíos casi me golpean en la calle porque mis rasgos son árabes y pensaban que yo era musulmán, me insultaron y me persiguieron por cuadras hasta que logré escapar (desde entonces, mi posición favorable frente a Palestina se ha incrementado y considero a los judíos y a su falso estado de Israel como invasores y asesinos despiadados; y no hay Holocausto que los justifique).

——–Como estos tengo miles de ejemplos donde los religiosos fanáticos me han violentado con sus creencias y con su intolerancia, me ofenden y ultrajan, desde el sencillo y a veces genuino «dios te bendiga», hasta obligarme —inútilmente— a que viva mi vida de acuerdo con sus doctrinas. Si en verdad me fuera al Infierno cada vez que me han mandado, solo por no creer en su dios, con seguridad don Lucifer me habría hecho su encargado de relaciones públicas y yo vendería pases vip para el Infierno.

——–¿Cuánto tiempo más tendremos que soportar la imposición violenta de estas sectas religiosas? ¿Cuánto tiempo y cuántas tragedias más pasarán para que empecemos a respetarnos los unos a los otros y «amar al prójimo como a uno mismo»?

——–Lo lamentable es que estoy cien por ciento seguro de que tendré que soportar día tras día esta violencia hasta que mi muerte llegue, aun es probable que llegue porque algún intolerante fanático decidió que mi existencia no era válida por atreverme a defender mis razonamientos y líneas de pensamiento, de hecho, ellos ya me han deseado la muerte miles de veces —y no estoy exagerando—. Este comportamiento social resulta normal en comunidades como la nuestra, donde la tradición importa más que las elecciones individuales que conllevan al cambio, el pensamiento irracional importa más que el racional y la uniformidad, más que la libertad… La violencia religiosa es sistemática y normalizada cuando la mayoría de la sociedad, por mucho tiempo, ha estado acostumbrada a que las cosas deben ser de una manera específica —la que ellos dictan— y no de otra. Violentar a cualquier individuo que esté fuera de sus cánones es normal, aceptable e incluso deseable; pero la condena más terrible caerá sobre los hombros de aquél que se atreva a cuestionar sus doctrinas, y así ha sido por los siglos de los siglos… En ese sentido, me remito a la oración que, sin importar realmente quién la pronunció, hoy más que nunca me identifica a mí y a muchos ateos: «Prefiero morir de pie a vivir de rodillas».

——–Y tú, ¿cuántas veces has violentado a otros con tus creencias personales?

Deja un comentario