Del maltrato animal y otras convenciones
Walter Andrés Franco Vallejo

 

 

——–¿Hasta dónde puede llegar nuestra selectividad moralista? ¿Hasta dónde puede llegar nuestro sentido de empatía por los animales?, bueno, por unos cuantos. No es secreto ni mucho menos mentira decir que tenemos afectos selectivos, que no todos los animales son lindos, no todos se deben tener en la casa, no todos se comen y, en particular, no a todos los cuidamos. Es cierto, a muy pocos los consentimos con nuestro derroche de misericordia y a muy pocos nos conmueve ese selecto grupo de especies que pueden entrar en nuestro aprecio, con esos ojos brillantes llenos de expresividad y esos sonidos suaves que retumban en el alma. Alzamos un grito al cielo cuando vemos cómo es sometido un perro a un maltrato, cuando lo vemos abandonado a la deriva en un mundo cruel, pero se nos hace agua la boca con la publicidad de una hamburguesa, nos enamoramos de un bolso de piel de serpiente o ni hablar de las botas y chaquetas de cuero, somos un juego ficticio de moral que grita y cancela todo maltrato a un animal, bueno, a ciertos animales.

—–Antes de continuar, quiero explicarles de qué va esto: nos hemos visto golpeados por una pandemia que nos ha obligado, primero, a tener ciertas prácticas que antes no teníamos; segundo, a un aislamiento que ya, de por sí, nos predispone a ciertas cosas como, por ejemplo, el contacto social, la interacción con otras personas y un miedo generalizado por la misma pandemia; y, tercero, a seguir unas conductas extremas que genera todo el asunto de la bioseguridad, sin eximir a los animales. ¿Por qué anudo estas dos problemáticas? Hace un tiempo, cuando comenzó la pandemia, el mundo se preparó para dar un tratamiento cuidadoso y lento a un nuevo virus que desconocíamos. Todo lo relacionado con la trasmisión generaba pavor y en esto los animales juegan un importante papel. Una de las suposiciones es que el virus se había originado por ciertas prácticas alimenticias poco «ortodoxas», puesto que el virus estaba presente en un animal consumido y fue trasmitido a un humano. Esta opinión no gira en torno a si fue correcto o no, gira alrededor de lo que esto ocasionó en los animales: en diferentes portales de noticias informaron que ciertas personas (alrededor del mundo) abandonaron a sus mascotas por el miedo al contagio y comenzaron prácticas de casería de distintas especies. El miedo, el pánico, el desconocimiento y el especismo (pasivo) hicieron de las suyas. Se abandonaron y sacrificaron vidas animales en todo el planeta, pero ¿por qué esto no ocasiona malestar?, ¿por qué somos partidarios en defender a los animales, pero esto no abarca a todos los animales?, ¿qué pasa con nuestra selectividad?, ¿qué pasa con las voces que alzamos por los animales domésticos y el silencio frente a los demás animales que son preparados para el matadero?

——–Anteriormente utilicé el término «especismo» que, según el filósofo utilitarista Peter Singer, alude a la «discriminación éticamente indefendible contra determinados seres sobre la base de su pertenencia a una especie distinta de la nuestra» (Singer, 1999b, p. 5). Esta discriminación llega con la idea errada de que los animales no son racionales o, mucho peor, que los animales existen para la preservación del ser humano. Utilizan esta discriminación y estos argumentos para fomentar aquella brecha entre lo apreciable, lo comestible y lo comercial. Así, con una moral selectiva que nos da poder de decidir frente a otras vidas que, por el hecho de no pertenecer a nuestra misma especie, tienen menos valor o, en su punto máximo, no tienen. Vivimos justificando lo injustificable, puede ser debido a unas prácticas arcaicas, a una cultura que no siente empatía por un ser vivo o que se rige bajo la creencia de que el ser humano tiene poder absoluto sobre los animales y la naturaleza, sea cual sea el caso, la poca conciencia que tiene el ser humano frente al papel que desarrollan los animales, no solo en la existencia misma, sino en la existencia de la naturaleza, está dando como resultado unas prácticas atroces que exaltamos como progreso y nos hundimos en la terrible costumbre de defender una jerarquía irracional que pone primero al humano antes que todo ser vivo. La clasificación de los animales en apreciables, en repugnantes, en estéticos y en los comestibles está dando como resultado una selectividad absurda que ocasiona una violencia desmesurada no solo frente a los animales, sino al espectro de la naturaleza entera. Esta clasificación y selectividad le quita valor a todo ser vivo y lo vuelve un simple instrumento para embellecer o enriquecer la existencia del ser humano.

——–Sabemos de la hipocresía colectiva, sabemos de aquella moral superflua que privilegia vidas sobre vidas, que privilegia según la parecencia, según un consenso ignorante que determina muchas prácticas que normalizamos sin ninguna crítica, sin preguntas, sin cuestionarios. Vivimos con justificaciones gastadas sobre qué vida es más importante, si la vida de una vaca que está lista para el matadero o la de un perro callejero; vivimos en contraste y nos reflejamos en los animales: respondemos «si yo fuera este animal sentiría esto o aquello»; y no tomamos la perspectiva misma del animal, una perspectiva que puede girar en torno a que los animales cuentan con un sistema nervioso, que puede detonar ciertas emociones y estas son comparables a las humanas.

——–Hay que bajarnos de ese antropocentrismo que ya está listo para ser recogido y comenzar a trabajar en una moral que abarque no solo la vida de los animales, sino toda vida que se encuentra en la naturaleza. Comenzar a abrazar la idea de que todo animal sufre, sufre cuando le quitan el pelaje para un abrigo, sufre cuando no come, sufre cuando los cazan, etc. Abrazar, del mismo modo, la idea de que el ser humano no está por encima de ningún ser vivo, que somos otros peones en este inmenso juego que es la naturaleza y que, al igual que todos, estamos sumidos a su entera disposición.

——–No seamos portavoces de que aquellas ideas que se repiten en las esquinas, en las conversaciones familiares o en las conversaciones con amigos, no hay una jerarquía en la vida, solo somos otros habitantes en la Tierra que no tienen derecho por encima de otros, que no escogen qué o quién es más importante. La vida animal y la vida en sí son importantes para este juego de la supervivencia. En pocas palabras, no a la moral selectiva, ningún animal es más importante que el otro y mucho menos somos más importantes que ellos.

 

Bibliografía

SINGER, P. (1999b). Ética más allá de los límites de la especie. Teorema, Vol. XVIII/3, p. 5.

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