Maleable
Felipe Ortiz Vanegas*




——–Dos pequeños brotes, ovalados y de un vistoso verde, aparecieron en el empeine de cada uno de sus pies. Eran la causa de la dolencia que sentía desde hace algunos días; internamente, sus pies eran una maraña de raíces que se le encarnaban y adherían a los huesos. Por fortuna, a medida que crecían e iban formando prolongaciones delgadas y sinuosas, el dolor iba disminuyendo. Luego, ya no le dolió más; de hecho, le gustaban las florecitas anaranjadas y con forma de trébol que un día, sin más, brotaron a la altura de la rodilla. Sin dificultad se había acostumbrado. Rápidamente el recuerdo que tenía de sus pies, dedos y tobillos se le evaporó. Ahora sus extremidades inferiores hacían parte del reino vegetal, aunque sabía que debajo del ovillo de hojas y tallos estaban sus otrora pies.

——–No pasó mucho tiempo y ya toda aquella vegetación le llegaba a la cintura. Le costaba caminar, pero, ¡ah, se veían tan bellas y bien dispuestas todas aquellas flores regadas por su cuerpo! Se dijo que cuando le llegaran a la parte inferior del pecho empezaría a cortarlas. Luego vio que podían crecer inclusive un poco más, hasta la garganta, pues las ramificaciones habían empezado a emular tan perfectamente el cuerpo que podía moverse sin los impedimentos que antes había tenido.

——–La vegetación trepó velozmente a la garganta. Presionaba un poco el cuello, pero igual podía respirar. Lamentándose por echar a perder las nuevas florecitas que emergían, empezó a desbastar diariamente la enredadera por debajo del mentón. Crecía con una velocidad increíble; tanto, que un día despertó sin poder abrir la boca. Al verse ante el espejo, se encontró una flor que posaba sobre sus labios, los cuales se hallaban sellados por los tallos que se le adherían. Le pareció divertido tener una pequeña flor en vez de boca; sin embargo, una flor sobre los labios, aunque bella y poética, nada puede decir. Podó nuevamente hasta el mentón.

——–Fue durante la noche, mientras dormía, que la trepadera, de apresurado e incesante crecimiento, le cubrió completamente la cabeza. Ahora ya no había rastros de piel. Naturalmente, sin darse cuenta, dejó de respirar. Pero no murió. Despertó sobresaltado, pero se tranquilizó al saberse vivo. Entonces decidió no volver a cortar la vegetación, ¿para qué hacerlo si estaba vivo y no necesitaba respirar? Además ya no quería decir nada y sabía que debajo del embrollo de tallos estaba aquella figura lampiña que en algún momento perteneció a otra especie.

——–Pronto olvidó lo que alguna vez fue. Aquella vegetación tomó su forma palmo a palmo, minuciosamente; sus recuerdos, pasiones y emociones también se convirtieron en materia vegetal.



*(San Félix, Bello, Colombia)

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