Un hogar para mis hijos
Santiago Morales Vargas*
Por la noche la habitación se encuentra
inmersa en una penumbra vibrante.
De lo poco que se alcanza a distinguir se ven
las sombras de una cama matrimonial, con sus
correspondientes mesas de noche, y un tocador
al lado izquierdo de la habitación, un viejo diario
de color verde oliva reposa sobre este último.
Aunque terriblemente sucio y corroído,
algunas de sus últimas entradas aún son legibles.
Lunes, 16 de abril, 1990
——–El día de hoy me he enterado de que el milagro que Louis y yo habíamos estado esperando con tantas fuerzas va a hacerse realidad… he descubierto que voy a ser madre. El doctor me dijo que posiblemente las molestias habían sido retrasadas por el viaje de regreso, el cambio de temperatura había afectado el comportamiento de los trillizos, pero el movimiento podría tornarse regular en las siguientes semanas. La noticia me tomó por sorpresa; si bien es cierto que los movimientos en mi abdomen empezaban a ser un fenómeno más allá de lo simplemente incómodo, jamás me hubiera podido imaginar que se debía a que estas pequeñas criaturillas estuvieran viviendo en mi interior.
——–El doctor me sacó de mis pensamientos cuando me preguntó cómo había podido suceder y mi mente se dirigió a la noche que pasé en la cabaña de ese barquero a orillas del río Amazonas. Aun así no consideré prudente decírselo, después de todo es amigo de la familia de Louis, por lo que solo le mencioné mi trabajo ecológico en las profundidades de la selva sudamericana. El hombre asintió sin despegar los ojos de su computador, se ofreció para deshacerse de los trillizos y me preguntó cortésmente la fecha en la que podría volver a su consultorio para llevar a cabo el procedimiento. Encontré la propuesta de pésimo gusto, pero no permití que me afectara su insensibilidad. Fingí confusión cuando le dije lo ocupado que estaría mi horario el resto de la semana, mantuve una sonrisa gélida mientras el muy ¡IDIOTA! me explicaba los síntomas que sufriría de no llevar a cabo el procedimiento y salí a toda prisa del consultorio luego de la falsa promesa de llamarlo por la tarde.
——–Entré a una cafetería para relajarme después de tan desagradable suceso y me senté a procesar las noticias de mi nueva situación. Los demás habrán creído que estoy loca, pues una carcajada acompañó a las lágrimas que bajaron torrencialmente por mis mejillas. La felicidad me invade hasta el punto de querer gritar a los cuatro vientos mi alegría y no puedo esperar para contarle a Louis las buenas noticias. Debo pensar en cómo se lo diré, debe ser una sorpresa que supere por mucho todas las decepciones que hemos sufrido los últimos años. Por dios, no puedo creerlo, ¡VOY A SER MAMÁ!
Viernes, 20 de abril, 1990
——–Me he devanado los sesos pensando en la manera en la que le daré las noticias a Louis, pero no he podido encontrar una manera de decírselo que sea lo suficientemente memorable. Tiene que ser un suceso para recordar, tiene que sobrepasar todo lo que hemos vivido, tengo que hacerlo posible, tengo, tengo que. Tengo mucho miedo. Miedo de que esto resulte no ser más que una gran farsa, miedo de que todo empeore de un momento para otro, miedo de que algo malo les pase a los trillizos, miedo de que sea mi culpa, miedo de que mi cuerpo sea demasiado tóxico como para poder albergar vida en su interior. No he podido dormir bien desde hace varias noches y sé que mis pobres criaturitas son conscientes de ello, pues los he sentido moviéndose inquietos en mi abdomen. Lo siento pequeñitos, lo siento mucho. Les prometo que a partir de ahora todo será mejor, nada de estrés y nada de insomnio. ¿Qué clase de madre sería si expusiera a mis criaturitas a esas cosas tan horribles cuando todavía no han nacido? El fin de semana le daré las noticias a Louis, estoy segura de que se alegrará cuando le diga de ustedes. Después de todo, él los ha estado esperando tanto como yo.
Domingo, 22 de abril, 1990
——–¡BASTARDO HIJO DE PUTA! ¡IMBÉCIL! ¡CERDO ESTÚPIDO! ¡¿CÓMO PUEDES HACERME ESTO?! ¡CREÍ QUE ESTO ERA LO QUE QUERÍAMOS! ¡IDIOTA! ¡¿CÓMO PUDISTE DECIR ESAS COSAS TAN HORRIBLES?! ¡¿Y QUÉ SI LOS OBTUVE EN ESA CABAÑA EN EL AMAZONAS?! ¡SON MÍOS! ¿ME OÍSTE? ¡MÍOS, HIJO DE PUTA! ¡NO ME LOS VAS A QUITAR NI TU NI NADIE! ¡NADIE!
——–Nadie…
Lunes, 30 de abril, 1990
——–La última semana ha estado llena de altibajos. Las cosas han empeorado con Louis. Me he negado a hablarle desde que le di las noticias en el restaurante y él tampoco se ha molestado en disculparse por sus palabras. Tuvo la osadía de llamar al doctor y programar una cita para llevar a cabo el procedimiento además de contactar con una clínica psiquiátrica para cuando, citando sus palabras, «nos hayamos deshecho de esas porquerías». Me duelen sus miradas de tristeza cuando llega del trabajo, y aún más cuando las acompaña de palabras dulces que me piden llevar a cabo el procedimiento. No puede enmascarar el asco que le provoca mi cuerpo y ya ni siquiera dormimos en la misma cama, dijo que le daba asco rozarme por las noches y despertar a alguna de las «criaturas», así que se ha quedado en el sofá del primer piso. Ha sido muy difícil, pero me niego a ceder ante su actitud y mucho menos a aceptar el dichoso procedimiento del doctor. No me quitarán a mis pequeñitos. En noticias más alegres, el otro día me he enterado de que no son trillizos sino OCTILLIZOS lo que voy a tener, me di cuenta mientras me observaba en el espejo del baño antes de meterme a la ducha. Yo que creí que esos brotes eran solo picaduras de mosquito. No tengo palabras para expresar la alegría que me trajo esta revelación, tendré que conseguir una cuna muy grande para que todos estén cómodos cuando nazcan. He conseguido un libro de la biblioteca para informarme de todo lo necesario y creo que puedo conseguir todos los materiales para hacérsela por mi cuenta. ¡Quién sabe!, a lo mejor hasta Louis deja sus necedades y se decide a ayudar.
Viernes, 4 de mayo, 1990
——–Fue algo complicado pero hoy logré terminar la cuna de los octillizos. Louis no quiso ayudarme pero ya no me importa, hice un gran trabajo adecuando el terrario por mí misma y según el libro no debería faltar mucho para que nazcan las criaturitas, así que no tengo tiempo para tristezas ni disgustos. Realmente el problema me lo han causado los octillizos, sus movimientos se han vuelto más violentos y han pasado de darme cosquillas a ocasionarme fuertes punzadas de dolor. He intentado calmarlos por medio de canciones o susurros, pero los muy traviesos no se detienen cuando se los pido. Igual no puedo enojarme con ellos, estarán ansiosos de salir a ver el mundo que los rodea, además quiero disfrutarlos dentro de mí un poco más. Siento que todo ha pasado tan rápido que no sé si estoy lista para cuando salgan de mi cuerpo. Quiero seguir sintiéndome como su madre un poco más.
Lunes, 7 de mayo, 1990
——–¡YA NACIERON! ¡NO PUEDO CREERLO, TODO HA SIDO TAN RÁPIDO! Sucedió anoche cuando leía una revista en el comedor, Louis ya había llegado del trabajo e iba de camino a la sala para dormir en el sillón. Entonces llamó mi nombre y me señaló el brazo, el pequeño Howard estaba saliendo de su quiste y se retorcía lentamente hacia el exterior como un bultito blanco con movimiento propio. Me sorprendió que no me hubiera dado cuenta, así que eché un ojo a las demás criaturitas para encontrarme con que todos se encontraban en la misma actividad. Corrí a la habitación donde había guardado su terrario y me encerré lejos de Louis para dar a luz a mis pequeños. Al cabo de unos minutos nacieron Marcus y Tiffany de mi vientre; unos momentos después les di la bienvenida a John, Winston y Richard, de mi vientre y espalda baja; los siguieron Lucie y y el pequeño Howard, que terminó de salir de mi brazo izquierdo; y la última fue Margaret, que cayó de mi nuca a la tierra suave de su nueva cuna. El nacimiento duró unos cuarenta y cinco minutos, pero desde entonces no he dejado de abrazar el terrario y a todas mis criaturitas que se enterraron en él. A partir de aquí, el libro dice que esta es la parte más fácil de todo el proceso, solo hace falta tener paciencia y esperar a que mis criaturitas crezcan grandes y fuertes. Lástima que Louis no se haya molestado ni siquiera en subir de nuevo a la habitación a ver a los pequeñitos. Como sea, él se lo pierde.
Jueves, 10 de mayo, 1990
——–Los últimos días han sido largos, como nunca, hay que dejar descansar a los pequeños al menos dos semanas en su terrario para que puedan crecer con normalidad y la espera se me ha hecho eterna. Louis no ha sido de ayuda para nada. Desde el nacimiento de las criaturitas no ha dejado de molestarme para que lo acompañe a una especie de retiro, doctor o algo por el estilo, no le he puesto mucha atención. ¿Qué clase de madre sería si dejara solos a mis pequeños cuando son tan vulnerables? He visto como mira el terrario cuando pasa frente a la habitación, sé que cometerá una monstruosidad si no tengo cuidado. No me separaré de la cuna de mis pequeños ni aunque me cueste la vida.
Lunes, 14 de mayo, 1990
——–Aunque me emociona la idea de ver a mis criaturitas despertar de su sueño, no puedo evitar sentirme vacía por su ausencia. Los agujeros que dejaron en mi cuerpo no hacen más que recordarme el placer que me provocaban sus movimientos por debajo de la piel. El placer de sentir el cuerpo como una fuente de vida, un territorio benigno donde el movimiento se burla de la quietud inhóspita. Esperé tanto tiempo por ese sentimiento, solo para que terminara unas semanas después de darme cuenta de que lo sentía. No es justo, la vida no es justa. ¿Por qué tengo que pasar siempre por lo mismo? ¿Qué hice para merecer un útero desierto y este cuerpo tóxico en el que todo muere o escapa? Extraño sentir a mis pequeñitos en mi interior, extraño sentir la vida surgiendo en mi cuerpo. Sin ella no siento más que una ausencia, un desierto del que podría salir un bosque si tan solo se me diera una oportunidad. El sol calienta el terrario de mis pequeños a través de la ventana, pero yo siento más frío que nunca en esta habitación.
Lunes, 21 de mayo, 1990
——–Anoche Louis se fue de la casa mientras yo dormía, me desperté con la imagen de su lado del armario completamente vacío. Cuando bajé a la cocina solo encontré un sándwich con una nota de «por favor, cómeme» y una carta doblada sobre la mesa. Ya es tarde y no sé si estoy lista para leerla. Tal vez lo haga mañana.
Martes, 22 de mayo, 1990
——–Escribo entre lágrimas la siguiente entrada, porque hoy puedo decir que he tenido mi primer almuerzo familiar. Me encontraba tirada en la cama, de espaldas al terrario y mirando hacia la nada, cuando un zumbido vino a hacerme compañía posándose en mi mano. Sorprendida me acerqué de un brinco y en el terrario solo encontré pupas blanquecinas, pero solo a uno de mis pequeños revoloteando por la habitación. Preocupada de que se hubiesen perdido por la casa, calenté el sándwich de la cocina y observé unos minutos después cómo ocho puntitos negros se posaban sobre el almuerzo del día. Nos lo comimos juntos con cuidado de no resultar a la mitad de un mordisco de mamá o de comer uno de los pedazos en los que se posaba alguna de las criaturitas. A esas alturas no sabía muy bien quién era quién, pero supe que todos mis pequeños habían salido de su cuna para hacerme compañía.