Punto de fuga
Mer Vidal*
——–Cuando entran al mar por la escalera, Lía no sabe que será la última vez que estarán los tres juntos, aunque a veces lo piensa. ¿Esta será la última escena? Esta no podría ser, le parece ridícula: casi como si el mar tuviera una puerta. Asfalto, autos, kioscos, un mantero vendiendo anteojos de sol, una cumbia sonando en altavoz; bajar tres escalones y llegar a la playa; según Mariano, el paraíso. Ella camina, suspira y habla consigo misma en frases que se apilan una encima de otra: «¿El paraíso de quién?, Mariano; esto no es el paraíso, esto está muy lejos de ser el paraíso».
——–—Mami, hace ruido, ¿viste?, ¿viste, mami?
——–Le contesta a Juani con un «sí» opaco, ajeno, intrascendente. Tiene para decir muchas cosas que nadie quiere escuchar. Sí, el mar hace ruido, me habla a mí, me hace «shhh», me dice que me calle. «Callate, callate, callate». Y si no me callo, ¿qué?
——–—Mariano, ¿dónde era que quedaba la terminal?
——–—¿Lo escuchás, mami? ¿Cuándo se calla el mar?
——–—Cuarenta y cuatro y quince, te lo dije mil veces, Lía. Cuarenta y cuatro y quince, mi edad y tu edad mental, acordate de eso.
——–Ella lo ve reírse. Juani se agacha y junta una piedra, pero se le vuelve a caer y revuelve la arena buscándola. Para ella, la arena es solo eso que se cuela entre las ojotas y le quema los pies. Su cuerpo confundido no sabe cómo procesar el calor del sol en la piel ardida, junto con la frescura pegajosa de la brisa marina. En algún lado leyó que las calles numéricas se alejan de la costa en número pares y las impares caen perpendicularmente al mar. Deberían ser dieciséis cuadras a la terminal en línea recta. Calcula. Mil seiscientos metros la separan de estar frente a una ventanilla de venta de pasajes, de pensar si se va al sur o al norte, de imaginarse por cuál cambiaría su nombre. Su punto de fuga. Y si se fuera, ¿qué?
——–—¿Es esa?, ¿esa es tu mamá?
——–A unos metros Juani se acerca avergonzado de la mano de una señora mayor. La mujer se detiene, lo acomoda delante de ella y lo sostiene contra su cuerpo cruzándole una mano en el pecho, con la otra mano le enreda el pulgar en los bucles, una y otra vez. La sonrisa condescendiente oculta una acusación que tarde o temprano, Lía sabe, se hará reclamo en la boca de Mariano. Lo busca con la mirada, él sigue caminando unos diez metros adelante, dirigiendo la expedición. No vio nada.
——–—Tené cuidado, querida, mirá que acá no hay bañero.
——–La señora le acaricia el hombro al nene y lo suelta. Juani se desprende, corre hacia la madre y se abraza a la pierna de ella, la cual le devuelve a la mujer una sonrisa hueca y un ademán apenas perceptible de casi levantar la mano que tiene libre.
——–—Vamos, Juani.
——–Camina detrás de la criatura y se ajusta a su paso, a la canción inentendible que Juani repite como mantra, a su constante detenerse y girar para preguntarle cosas.
——–—Y de noche, ¿cuándo duerme? ¿De noche el mar se calla, mami?
——–—Apurate, Juani. Alcancemos a papá.
——–Mariano, adelante, vigía, camina con trancos largos y se detiene cada tanto. Mira alrededor, palpa la firmeza de la arena con la punta de los pies, analiza el terreno, levanta la cara hacia el viento, gira la cabeza, derecha, izquierda, y emprende de nuevo el avance ajustando la dirección.
——–—Y la avenida costanera, Mariano, esta de acá, es la doce, ¿no?
——–—¿Por dónde habla? ¿El mar tiene boca, mami?
——–—Ay, Lía, me tenés harto. ¿No tenés un GPS en tu celular? Te voy a regalar una guía Filcar para que te la llevés con esta montaña de libros, que pesan un huevo, además. Qué poco poder de síntesis, mujer. ¿No podías elegir uno solo? Acá; nos quedamos acá. Juani, no te vayas, hijo.
——–—O ¿son los pescaditos que hablan todos juntos, mami?
——–Ella se queda parada mirando el mar. Si hace un poco de esfuerzo, puede abstraerse y editar la imagen en su mente. Primero silenciar a sus hombres, a la señora que habla en el fondo, lejos, a los chicos que juegan un poco más allá… Después retocar las imágenes, centrar el foco en el horizonte, borrar las pocas personas de la orilla y editar las olas con superposiciones de color para que no se vea más que agua. Le queda solo el sonido del mar y la mezcla azul-marrón-verde que componen la arena, el mar, el cielo, las nubes. Imagina que flota por encima de las olas con el vaivén aplanado del sonido y se dirige al horizonte, pero la gente y los ruidos vuelven de golpe. El nene está llorando hecho un bollo en el suelo. La arena se pega a sus lágrimas y le embarra la cara. Juani le muestra la sandalia que se le rompió. Ella busca la botella de agua, lo alza y le lava la cara para que se calle. Libera una mano haciendo una maniobra, se saca el pareo y lo usa de lona para sentar a Juani arriba, ya más calmado. Suspira. «Dieciséis cuadras. Un poco más, aguantá un poco más».
——–—¿Los pescaditos hablan, mami? ¿Vos les podés decir que se callen?
——–Mariano instala la sombrilla con la precisión de un ingeniero, calculando el viento, el giro de la sombra, el ángulo de fuerzas y contrafuerzas para que el viento no la embolse y se la lleve. Ese viento caliente que raspa. Ella piensa en la arenadora, la máquina que pulía con arena soplada, esa que escuchaba trabajando de diez a dos frente a la casa en que nació. Lo mismo le hace el viento en la cara, y ella le ofrece las mejillas cerrando los ojos mientras se repite «aguantá, ahora no, todavía no, esperá».
——–—Yo no veo desde acá los pescaditos, mami. ¿Viven en el fondo?
——–—Lía, voy hasta el puesto aquel a buscar dos cervezas, ¿querés? Preparate la picadita.
——–Su punto de fuga está a dieciséis cuadras. Eso le da cierta calma, una especie de paréntesis que le permite darle los juguetes a Juani, mostrarle cómo cavar un pozo con la pala y acercarle los baldes de colores que le compraron todos los millones de parientes para este día que se supone que debe ser memorable. Y, con el nene entretenido, se tapa la cara con la gorra de Mariano y cuenta las dieciséis cuadras paso por paso hasta que le pesan los párpados y el sonido se hace acuoso.
——–—Te voy a traer un pescadito, mami. Y le decimos que se calle, ¿querés?
——–Juani mira la costa que parece fosforescer con el sol reflejado en las olas. Unos estallidos de luz que lo llaman. Si fuera valiente, aunque tuviera que ir hondo, podría conseguir un pez para jugar con Lía.
——–El sol se esconde detrás de unas nubes. El viento desanima a los bañistas que comienzan a juntar sus cosas. La tarde cae y un niño va a buscar peces al mar.
*(Buenos Aires, Argentina)
Redactó contenidos institucionales (Casinos Argentina).
Publicó cuentos de su autoría (Revista Ícaro).
Fue productora artística para Oxi Medios Creativos hasta 2013.
Cursa segundo año de la carrera de Formación en Narrativa en Casa de Letras.
Actualmente cursa el Profesorado Universitario de Letras
en la Universidad de Hurlingham.
Su cuento Premio de caza fue finalista en el concurso
de cuento digital Premios Itaú.
En mayo de 2022 presentará su primera novela DATVA,
Bajo el peso de las horas, editada por Luvina Editorial.
Instagram @mariamervidal